
El tiempo transcurría lentamente al principio de los sesenta, yo tendría unos seis años y mi hermano tres, mi madre de nuevo embarazada.
Teníamos una vecina, casada con un viudo, ella era guapa aunque sobrada de carnes, era una mujer alegre, morena, con una dentadura preciosa, y madre de tres hijos, dos chicas y un chico, las niñas de mi edad, fueron mis amigas de infancia.
Esta mujer, se volvía loca con los niños pequeños, cuando veía a una conocida con un cochecito y un niño, se deshacía en mimos, chillidos y carantoñas, y después de llevar un rato disfrutando del bebé, le hacía llorar, dándole unos cachetes, deliberadamente.
Yo me fijé en ese detalle, porque aunque pequeña, no me cuadraba, ese comportamiento que ella tenía, y que luego observé con mi hermana recién nacida.
Y después de mucho tiempo, cuando yo ya era mayor, se lo comenté a sus hijas y ellas me lo aclararon.
"Es que a mi madre, le gustaba tantísimo los niños que sin querer les hacía mal de ojo, entonces para que no ocurriera, los hacía llorar, después de besuquearlo, como una posesa, les daba unos cachetes hasta que lloraban, y así se quedaba tranquila de que no les haría efecto el mal de ojo" por lo visto todos lo sabían, y la dejaban disfrutar de los chiquillos, porque les daba el antídoto también.
Cosas de las energías supongo, pero que ella entendía y dominaba, nunca me enteré de que a ninguno de esos niños les ocurriera nada, pero son cosas que se quedaron en mi memoria, ella era buena, persona, agradecida y muy cariñosa.